lunes, 15 de enero de 2007

POBREZA Y GLOBALIZACION

Se mide y se cuenta no sólo para saber magnitudes, sino para discriminar, comparar y focalizar acciones. Se miden y se cuentan las cosas. Los pobres también se miden y se cuentan? Los pobres son tratados como números, como un índice de pobreza, como cosas, como objetos. Por ello, medir la pobreza en el mundo, en cada país, región, grupo social, está ligado a la determinación de "políticas sociales" que permitan "combatir" e "identificar" la pobreza, vale decir, tenerla bajo control.
La cuantificación de la pobreza se hace desde lógicas que lleven a la integración de los pobres a la sociedad establecida, sin que se cuestionen ni las normas, ni los valores, ni las lógicas que la causan. Se busca siempre, con la medición, formular políticas de ajuste de los pobres a los recursos y programas. Se mide a los pobres sólo para ser asistidos, en el mejor de los casos, no para cambiar su orden de cosas, se les cuenta sólo para determinar la magnitud de un gasto, o si conviene o no invertir en ellos.
La medición de la pobreza es, en sí misma, un procedimiento político. Se mide para administrar a los pobres, para que no representen peligro o riesgo social.
Europa se fortalece. Y construye murallas. Murallas para que no la invadan los indeseables. Y murallas para poder desentenderse y vivir tranquilos, sin que ante sus ojos se hagan ver los miles que mueren de hambre y de enfermedades curables cada minuto y a no muchos kilómetros, producto de la exclusión que sus propias políticas neoliberales generan.
La perversidad de la Globalización se hace cada vez más evidente. Con la ampliación de los mercados, un productor en un país en vías de desarrollo ya no tiene que preocuparse por la estrechez del mercado local. Esta estrechez le habría conducido a tener que propiciar un ensanchamiento del mercado local por medio de medidas redistributivas de combate eficaz contra la pobreza, para incorporar al mercado un número mayor de consumidores. Pero, con la apertura de los mercados que ha traído la Globalización, a los productores locales ya no les importa que el mercado local sea reducido, porque tienen todo el mundo por delante y los mercados de los países más ricos para vender toda su producción y más. Con eso, lógicamente, se pierde el estímulo para propiciar medidas de redistribución. Los pobres locales pierden interés para los negocios con proyección exportadora. No queda un aliciente económico para eliminar la pobreza. Los pobres dejan de estar relacionados con el sistema como compradores futuros, y las innovaciones tecnológicas que afectan el mercado de trabajo se encargan de que tampoco lo estén como "ejército industrial de reserva". Su suerte es la marginación funcional y la exclusión estructural. Muchos desempleados e inempleables han caído en esta infame categoría.
Y esta gran mayoría que son los excluidos a nivel mundial se mantienen bajo control, sedados y adormecidos para evitar que se manifiesten. Cuando quieren hacerlo, la solución ya está diseñada: identificar al crimen con la "clase baja" (que siempre es local!) o, lo que es casi lo mismo, la criminalización de la pobreza. Los tipos más comunes de criminales que aparecen a la luz pública provienen, casi sin excepción, del fondo de la sociedad. Los guetos y las zonas de exclusión urbanas aparecen como caldo de cultivo del delito y los delincuentes. No preocupa, por el contrario, controlar y castigar a aquellos que mediante la corrupción, el desmesurado afán de lucro sin obedecer norma ética ni jurídica alguna, han llevado a estas personas a la más absoluta pobreza. Es decir, no sólo la producen, sino que una vez producida, la excluyen del modo más eficaz posible. Todo se trata de controlar poblaciones agregadas. Y el sistema penal es la herramienta más eficaz para hacerlo.
El rechazo y la exclusión son humillantes con toda intención; su objetivo es que el rechazado-excluido acabe por aceptar su imperfección e inferioridad social. No es casual que las víctimas se defiendan. Antes que aceptar sumisamente el rechazo y convertir el acto oficial en un autorrechazo, prefieren rechazar a quienes los rechazan.
En fin, concluyo citando a Z. Bauman (La Globalización. Consecuencias Humanas), quien -con la lucidez que lo caracteriza- sostiene, a propósito, lo siguiente: "el rechazo incita al esfuerzo por circunscribir las localidades a la manera de campos de concentración. El rechazo de los rechazadores incita al esfuerzo de transformar la localidad en una fortaleza. Los efectos de ambos esfuerzos se potencian mutuamente y juntos garantizan que la fragmentación y el extrañamiento "en la base" sean los hermanos gemelos de la globalización "en la cima".

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